
"Susurros en la Catedral"
El sabor de los primeros discos de Los Beatles cuando niño es, aún hoy, incomparable e irrepetible, entiéndase bien, no porque los ingiriera como parte de una dieta nutricional, sino por esa ilusión hecha realidad, por ese sentimiento que generaba el tener esas fascinantes tapas de discos en tus manos, "esos cuadrados mágicos de 31 x 31 cm", con ese aroma a perfume mixtura de cartón nuevo e impresión de tinta, y "ese olor a vinilo primera mano", o porque no también, aquella "energía estática" que producía el sobre interno de nylon al contacto con el el disco que cuando uno lo deslizaba para ponerlo en el equipo, te erizaba el insignificante vello de manos y brazos.
Automáticamente después, emanaba de uno, esa necesidad loca ....esa urgencia imperiosa de salir corriendo a ponerlo en el combinado, en mi caso particular uno marca "Ranser" que había en casa por aquellos años, y aunque era muy de medio pelo, las melodías que salían de su parlante me hacían delirar y soñar con ser uno de "Ellos".... con ser un Beatle!
Un sábado por la tarde, mientras miraba en la tele (blanco y negro por cierto!) "Cine de Sábados de Superacción" en el Canal 11, (ojo! el de Leoncio!), especie de catarata de series y películas catalogados hoy día como cine clase B o bizarro, y mientras tomaba mi Toddy junto a mis tostadas con manteca (...con azúcar encima!) me vi toda la película de "A Hard Day´s Nigth" provocando sobre mi pequeño ser un furibundo incremento del fanatismo en un 1000 por ciento... Así es, era de no creer!, esos tipos que yo escuchaba eran mucho mejor de lo que mi imaginación había idealizado...y eran R-E-A-L-E-S!!!!
Esa película estalló dentro mío como una bomba de profundidad, y me enamoré de una melodía, de la armónica de John y de esa canción, y no me la pude sacar más de la cabeza por días y noches (justamente, no quería olvidarla hasta conseguir el disco) el tema en cuestión era "I Should have known better", pero desconocí su nombre hasta cuando el disco llegó a mis manos, tiempo después.
Debo ser claro en algo, para un joven de diez años comprar un vinilo no era algo barato por aquél entonces, sino más bien era un producto de "cierto precio" (por no decir ciertamente caro). Por eso uno escuchaba los discos una, dos y mil veces, sentado en el sillón mirando y admirando por horas sus fotos, sus dibujos, las canciones en los lados A y B, la data de los músicos, los instrumentos que ejecutaban... hasta sacar los temas por fonética si eran cantados en inglés, aunque uno no supiese las herramientas básicas de la lengua de los Liverpool Boys.
Para complicar aún más las cosas, Noemí, compañera mía de quinto grado del Colegio Nro. 1 Don Bartolomé Mitre de Lomas de Zamora, me había contado que su hermana adolescente tenía otro disco de Los Beatles que estaba bárbaro, cuyas canciones eran muy parecidas en cuanto a su encanto a mi disco, pero no recordaba su nombre prometiéndome averiguarlo ante mi reiterada insistencia por saber cual era.....Así llegó el 30 de noviembre y para mi felicidad fin de las clases, aunque la incertidumbre me carcomía y ahora sí estaba perdido por lo menos hasta Marzo.
El misterio se me reveló como un golpe de suerte divino, o un auténtico milagro. Un domingo de diciembre en misa de 11hs. en la Catedral de Lomas (sí, aquella ubicada frente a la Plaza y en diagonal a la Municipalidad), observo inesperadamente y casi absorto a Noemí con su madre en la cuarta fila de asientos rezando el Padre Nuestro, automáticamente me quede parado paralelo a dicha fila de asientos junto a Daniel, mi inseparable amigo del barrio y de la infancia.
Y así fue..... "bienaventurados los buenos de corazón porque ellos ascenderán al Reino de los Cielos", en el momento de darnos el saludo de la paz, mágicamente ella se me acercó y me susurró al oído: "Socorro, el disco se llama Socorro y esta buenísimo", palabras que jamás olvidaré, algo así como un coro de sirenas angelicales para mis novatos oídos!.
Ahora sí, todo se me había complicado, ya no sólo debía conseguir el disco "A Hard Days Night" sino también "Help", cuyas tapas ya había revisado y soñado más de una vez en la disquería "Club 27" de la Galería Oliver situada en la calle Laprida, cuando ésta aún no era "la peatonal de Lomas de Zamora", pero en esos tiempos sí era la calle más importante.
Para mi fortuna nos encontrábamos en el mes de diciembre y las clases habían terminado y aunque mi cumpleaños había pasado sin pena ni gloria a nivel musical, me quedaban aún dos buenas opciones para solicitarlo casi a ruego a mis viejos: las Fiestas de Navidad en primer término (el generoso y bueno de Papá Noel!) o, segunda y última chance, para Reyes a principios de Enero.
Fue cerrar los ojos y despertar ese viernes 6 de enero, intranquilo, con esa sensación de caminar al borde del abismo, haciendo equilibrio entre la esperanza y la ilusión concretada o la desesperanza y la frustración a cuestas, y encima después disimularlo "para que nadie salga herido". Pero tomé coraje, y bien tempranito salté de mi cama, esquive la cama de Leo quien dormía plácidamente, y me fui al comedor con los ojos entrecerrados, no tanto por sueño sino por miedo a "que-no-estuvieran-allí", giré, tímidamente, la mirada hacia la derecha sobre los sillones como no queriendo ver... y ...Sí! ahí estaban!... las "dos joyas", "los diamantes más valiosos de la tierra" esperando por mi, esperando por su joven dueño, quien fue, por ese día, quizás por todo ese verano, el niño más feliz de la Tierra.
El sabor de los primeros discos de Los Beatles cuando niño es, aún hoy, incomparable e irrepetible, entiéndase bien, no porque los ingiriera como parte de una dieta nutricional, sino por esa ilusión hecha realidad, por ese sentimiento que generaba el tener esas fascinantes tapas de discos en tus manos, "esos cuadrados mágicos de 31 x 31 cm", con ese aroma a perfume mixtura de cartón nuevo e impresión de tinta, y "ese olor a vinilo primera mano", o porque no también, aquella "energía estática" que producía el sobre interno de nylon al contacto con el el disco que cuando uno lo deslizaba para ponerlo en el equipo, te erizaba el insignificante vello de manos y brazos.
Automáticamente después, emanaba de uno, esa necesidad loca ....esa urgencia imperiosa de salir corriendo a ponerlo en el combinado, en mi caso particular uno marca "Ranser" que había en casa por aquellos años, y aunque era muy de medio pelo, las melodías que salían de su parlante me hacían delirar y soñar con ser uno de "Ellos".... con ser un Beatle!
Un sábado por la tarde, mientras miraba en la tele (blanco y negro por cierto!) "Cine de Sábados de Superacción" en el Canal 11, (ojo! el de Leoncio!), especie de catarata de series y películas catalogados hoy día como cine clase B o bizarro, y mientras tomaba mi Toddy junto a mis tostadas con manteca (...con azúcar encima!) me vi toda la película de "A Hard Day´s Nigth" provocando sobre mi pequeño ser un furibundo incremento del fanatismo en un 1000 por ciento... Así es, era de no creer!, esos tipos que yo escuchaba eran mucho mejor de lo que mi imaginación había idealizado...y eran R-E-A-L-E-S!!!!
Esa película estalló dentro mío como una bomba de profundidad, y me enamoré de una melodía, de la armónica de John y de esa canción, y no me la pude sacar más de la cabeza por días y noches (justamente, no quería olvidarla hasta conseguir el disco) el tema en cuestión era "I Should have known better", pero desconocí su nombre hasta cuando el disco llegó a mis manos, tiempo después.
Debo ser claro en algo, para un joven de diez años comprar un vinilo no era algo barato por aquél entonces, sino más bien era un producto de "cierto precio" (por no decir ciertamente caro). Por eso uno escuchaba los discos una, dos y mil veces, sentado en el sillón mirando y admirando por horas sus fotos, sus dibujos, las canciones en los lados A y B, la data de los músicos, los instrumentos que ejecutaban... hasta sacar los temas por fonética si eran cantados en inglés, aunque uno no supiese las herramientas básicas de la lengua de los Liverpool Boys.
Para complicar aún más las cosas, Noemí, compañera mía de quinto grado del Colegio Nro. 1 Don Bartolomé Mitre de Lomas de Zamora, me había contado que su hermana adolescente tenía otro disco de Los Beatles que estaba bárbaro, cuyas canciones eran muy parecidas en cuanto a su encanto a mi disco, pero no recordaba su nombre prometiéndome averiguarlo ante mi reiterada insistencia por saber cual era.....Así llegó el 30 de noviembre y para mi felicidad fin de las clases, aunque la incertidumbre me carcomía y ahora sí estaba perdido por lo menos hasta Marzo.
El misterio se me reveló como un golpe de suerte divino, o un auténtico milagro. Un domingo de diciembre en misa de 11hs. en la Catedral de Lomas (sí, aquella ubicada frente a la Plaza y en diagonal a la Municipalidad), observo inesperadamente y casi absorto a Noemí con su madre en la cuarta fila de asientos rezando el Padre Nuestro, automáticamente me quede parado paralelo a dicha fila de asientos junto a Daniel, mi inseparable amigo del barrio y de la infancia.
Y así fue..... "bienaventurados los buenos de corazón porque ellos ascenderán al Reino de los Cielos", en el momento de darnos el saludo de la paz, mágicamente ella se me acercó y me susurró al oído: "Socorro, el disco se llama Socorro y esta buenísimo", palabras que jamás olvidaré, algo así como un coro de sirenas angelicales para mis novatos oídos!.
Ahora sí, todo se me había complicado, ya no sólo debía conseguir el disco "A Hard Days Night" sino también "Help", cuyas tapas ya había revisado y soñado más de una vez en la disquería "Club 27" de la Galería Oliver situada en la calle Laprida, cuando ésta aún no era "la peatonal de Lomas de Zamora", pero en esos tiempos sí era la calle más importante.
Para mi fortuna nos encontrábamos en el mes de diciembre y las clases habían terminado y aunque mi cumpleaños había pasado sin pena ni gloria a nivel musical, me quedaban aún dos buenas opciones para solicitarlo casi a ruego a mis viejos: las Fiestas de Navidad en primer término (el generoso y bueno de Papá Noel!) o, segunda y última chance, para Reyes a principios de Enero.
Fue cerrar los ojos y despertar ese viernes 6 de enero, intranquilo, con esa sensación de caminar al borde del abismo, haciendo equilibrio entre la esperanza y la ilusión concretada o la desesperanza y la frustración a cuestas, y encima después disimularlo "para que nadie salga herido". Pero tomé coraje, y bien tempranito salté de mi cama, esquive la cama de Leo quien dormía plácidamente, y me fui al comedor con los ojos entrecerrados, no tanto por sueño sino por miedo a "que-no-estuvieran-allí", giré, tímidamente, la mirada hacia la derecha sobre los sillones como no queriendo ver... y ...Sí! ahí estaban!... las "dos joyas", "los diamantes más valiosos de la tierra" esperando por mi, esperando por su joven dueño, quien fue, por ese día, quizás por todo ese verano, el niño más feliz de la Tierra.