Una fresca mañana del mes de Mayo, de cielo azul intenso y sol sereno, Octavio tomó su bolso de mano, salió de la casa de sus padres, previo efusivos saludos, y se encaminó hacia el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, presto a su vuelo bautismal hacia “La Bendita Isla” como él solía decirle, o “El Dinamo Sonoro del Mundo” como Osky, su compinche del cole nombraba continuamente. Corría el año 1973 y la ebullición marcada por una juventud idealista comenzaba a atronar los diferentes estamentos de la sociedad argentina.
Octavio...no pensaba, como siempre muy-metido-en-su-mundo, solía vivir su “carpediem”, su presente como nadie. De pequeño consideraba la idea renacentista del disfrute del instante y lo llevaba adelante con sano juicio y experiencia vivencial.
Su destino, por esas casualidades no tan casuales, era la aristocrática y conservadora Londres, “La Meca del Sonido” como decía siempre a sus amigos. Con la revista “Pelo” en su mano izquierda y el bolso en su derecha, sus jeans prelavados y sus “Pampero” blancas, subió al vuelo de la Compañía Aérea Branniff, casi sin darse cuenta.
Pensó en varias cosas, y en nada al mismo tiempo, en sus amigos de Monte Grande, en su “Milrayitas” querido de sábados en la cancha junto a su tío, que de chico le había contagiado la pasión por Los Andes, en la “increíble” Biblia de Vox Dei que hacía poco había salido y le explotaba el cerebro junto a Abbey Road, el último capítulo Beatle.
Londres lo recibió gris plomizo, húmedo y un tanto frío, “como en las series” pensó Octavio, sí, así tal cual, ni más ni menos que eso.
Su destino quiso que fuera el Royal Albert Hall de Londres, un “evening” primaveral de mayo. Su ticket marcaba fila 8 butaca 25, justo al medio, bien al medio del escenario, “ni yo mismo lo hubiera imaginado” pensó para sí.
Al realizar su ingreso al “Señorial Teatro” y como suele ocurrir de vez en cuando, y más cuando uno anda por lugares que desconoce, equivocó el pasillo, y caminó, caminó un buen trecho hasta sentirse un tanto perdido, luego se detuvo para intentar ver como retornar o preguntarse a si mismo donde estaba. En medio de la incertidumbre sintió un chistido, al darse vuelta hacia su derecha se encontró con un joven delgado, de una edad parecida a la suya, de tez bien blanco y ropa bien negra quien jugaba con un zapato en la mano. Sus cabellos largos, lacios, obscuros y sus ojos azules le inspiraron cierto grado de confianza y de “cercanía o familiaridad”.
Octavio, un tanto temeroso le mostró el ticket, el joven lo observó y con una sonrisa paternal le indicó con ademanes que retornara por el pasillo y luego doblara a la izquierda, Octavio agradecido le palmeó la espalda y le dijo suavemente en español “gracias, man”. Después de caminar unos pasos escucho la voz grave del joven que le dijo: -“Hey you!... What’s your name?, rápidamente se escucho la voz de “nuestro héroe” que respondió sonriente: - “Octavio – Argentina – ok!”
Habiendo recuperado el rumbo inicial, después del errático paso anterior, Octavio llegó a su ubicación preferencial, tomó asiento y pensó en el trato amable de ese muchacho “quien podría ser uno de mis amigos del club” exclamó en voz bajita, casi imperceptible para si.
Una hora después, siendo noche sobre Londres, comenzó a flotar en el Teatro una suave pero in creyendo introducción de teclados, las capas sonoras del mellotrón comenzaron a taladrar los oídos de todos los presente: “Watcher of the Skyes” comenzaba a ser ejecutada como una obra clásica......Octavio cerró suavemente sus ojos mientras su piel se erizaba de increíble forma y comenzó a dejarse llevar por la melodía del Guardian de los Cielos....Cuando volvió en sí, abrió sus ojos y quedó perplejo “ese joven amable que podría ser su amigo” se encontraba frente al micrófono lanzando como granadas las primeras estrofas, y no era otro que “su idealizado” Peter Gabriel, líder de la novel agrupación Génesis, quien comenzaba a obtener reconocimiento popular en su nación, luego de ser mantenido a flote por el público itálico y parte de la Europa continental.
Esta escena Octavio no pudo soportarla por mucho tiempo, y a cada instante gritaba al escenario: - “Hey Peter, I’m Octavio!!, “I’m Octavio! – Argentina!”. Su desesperación fue en aumento progresivo a medida que el recital se desarrollaba, saltaba a cada rato de su butaca y hacía movimientos espasmódicos cual fuera una serpiente, sus ojos se cerraban y totalmente húmedos solicitaban el deseo divino, mientras sus gritos reiterados lo inundaban todo.
Así fue que tomó la decisión final, su “última voluntad”: “subirse al escenario y compartir con Peter Gabriel el corte “The Knife”! fuera lo que fuera sin importarle las consecuencias!... era en ese instante o nunca!
Decidido, saltó de su butaca y se dirigió con paso seguro y aplomo hacia el escenario, ya a pocos metros del mismo, sabiendo que ya nadie podría detenerlo, emprendió una furibunda y veloz corrida hacia el “destino final”. Fue ahí, a sólo un paso del objetivo, en pleno salto al escenario, que tropezó fuertemente sin saber con que, fue en ese preciso instante que cayó aparatosamente sobre la mesa de luz de su dormitorio, su respiración agitada empaño el cristal del viejo despertador que marcaba las 6:30 horas del nuevo día, madrugada fría del bendito mayo aún nocturno, cuya irresistible campanilla indicaba a Octavio que el despacho de pan de Avda. Santamarina y Lavalle lo estaba esperando!... si no es que deseaba llegar tarde a su trabajo.
Una sonrisa agridulce se dibujo en su rostro, entre sorprendido e inocente. Pero hay quienes manifestaron, que nuestro querido amigo, durante el transcurso de esa semana vivió distinto esa rutinaria vida que llevaba....digamos vivió mejor...fue, apenas por un rato, feliz.
Cuento de Darío C. Carzino